
Me gustaba mucho, no era sólo la pintura, que había ganado una exposición en Sevilla, me evocaba el orgullo de pertenecer al grupo de las mayores y la eterna sensación de no enterarme de nada.
La mayor siempre altiva e independiente estaba pegada a la ventana, a mi lado izquierdo, de pie con un traje blanco, un pelo precioso muy bien peinado y unos zapatos que eran mi envidia, tanta, que me los he puesto en el retrato

La segunda estaba sentada en un banco amarillo de la cocina, a mi derecha y pasándome el brazo por los hombros, siempre había creído que en un gesto protector. Era guapa y se aposentaba en su belleza para mirar la vida, el retrato daba fe con su mirada, la pierna agarrada a la pata del banquillo, siempre aferrada a tierra firme
La tercera sentada en el suelo, hablaba de terquedad en la boca, de ausencia de verticalidad en su vida. Nada le interesaba más que su comodidad
La cuarta miraba el mundo flanqueada por sus hermanas, no se veían sus piernas, como si no pudiera andar solita sin ellas. Su mirada iba muy muy lejos y siempre parecía que no comprendía nada de lo que decían los mayores, como la de Miguelito, en cuya mirada me sigo reconociendo
Mis padres se fueron, nunca volverán de donde han ido.
A mis hermanas no las conozco, no las reconozco ya.
Ya no quiero el cuadro.
Me he retratado sola, con la Nagaina, y una pelota con la que yo nunca he jugado...¡era tan grande!