Están bordadas sobre batista de hilo y llevan un encaje de torchón sencillito.
Me acordaba de mi madre mientras las hacía porque me transmitió el gusto por secarme con toallas de tela y de Carmela.
Carmela era la chica que llevaba el bar de mi Colegio Mayor y tenía siempre en las manos un bastidor que soltaba en un respingo cuando alguien se acercaba a la barra, como si la labor no corriera prisa.
Hacía su ajuar y todavía no tenía novio. Lo hacía con hilo de bobina de algodón, de las de coser, y bordaba sobre algodón blanco dibujos diminutos, puntadas ligerísimas, con certeza total entre la mano de abajo, invisible, y la de arriba, siempre en el punto exacto.
Me metió el gusanillo del bordado, era magia .
Carmela era la chica que llevaba el bar de mi Colegio Mayor y tenía siempre en las manos un bastidor que soltaba en un respingo cuando alguien se acercaba a la barra, como si la labor no corriera prisa.
Hacía su ajuar y todavía no tenía novio. Lo hacía con hilo de bobina de algodón, de las de coser, y bordaba sobre algodón blanco dibujos diminutos, puntadas ligerísimas, con certeza total entre la mano de abajo, invisible, y la de arriba, siempre en el punto exacto.
Me metió el gusanillo del bordado, era magia .
Pero siempre he pensado que si ella, trabajando, sonriendo y soñando con un príncipe azul, era capaz de hacerlo, ¿por qué no lo podía hacer yo?
Un día me hizo una confidencia escalofriante: había nacido, como todos, sin dientes pero jamás le creció ninguno, Se quitó la dentadura postiza para que lo comprobara y su boca se frunció extrañamente
Pensé que nunca había soñado con el Palacio de Marfil del Ratoncito Pérez.
Sin embargo no daba lástima, sólo admiración
No he vuelto a verla, era de un pueblo de la Alpujarra de los de antes que hubiera carreteras que facilitaran el acceso ni turismo rural
Después de veinte años volví a mi Colegio Mayor, su amiga, la pizpireta Luisa seguía en la portería, le pregunté por Carmela y me dijo que ya tenía varios hijos y vivía, muy contenta, otra vez en el pueblo.
Que extraña historia la de Carmela, parece de Macondo, en Cien años de Soledad¡¡¡¡¡¡¡
ResponderEliminarAnda, tu a escribir, a escribir así, un lujo¡¡¡¡¡
Es real, creo es un problema genético y por tanto hereditario.
ResponderEliminarNo me jalees, que le estoy cogiendo el gusto y no hay quien me pare